Retrato de una mujer moderna by Manuel Vicent

Retrato de una mujer moderna by Manuel Vicent

autor:Manuel Vicent
La lengua: spa
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2022-09-12T11:30:56+00:00


Sus canciones tienen un argumento denso de amores, celos y desengaños. Son narraciones con planteamiento, nudo y desenlace, como debe ser; historias que suben por los patios de luces en las casas de vecindad, parralas y tatuajes, penas del corazón y venganzas que se ventean como una colada en el tendedero. Las canciones de Concha Piquer son biografías de mujeres cantadas en tres minutos. Eso me dijo un día Manolo Vázquez Montalbán.

El cruce del torero con la tonadillera se demoró algún tiempo. No fue tan rápido como exigía el carácter imperativo de esta mujer, que había decidido ir a por todo en esta vida. El encuentro se produjo durante un baile de Carnaval del año 1928 en el teatro de la Zarzuela, en el que se pudo ver al poeta García Lorca con chilaba y turbante abrochado con un dije en forma de corazón sangrante; a Rafael Alberti coronado con plumas de ave del paraíso; a Pepín Bello en camiseta de felpa dentro de un tonel de Diógenes; a Buñuel de cazurro con boina capona y garrota; a Dalí de espadachín, y a Valle-Inclán disfrazado de sí mismo, con unos quevedos en la nariz, una manga de la chaqueta vacía y doblada con un imperdible y la barba de chivo hasta el ombligo, pero resultó no ser el original sino un manco desconocido disfrazado de Valle-Inclán.

En aquel baile de Carnaval también había algunos ejemplares de la política que pronto serían figuras prominentes de la República que estaba al caer como una flor de acacia. Por allí andaba Manuel Azaña disfrazado de cardenal; Indalecio Prieto de tabernero con chaleco de pana y los brazos peludos arremangados; Miguel Maura en traje campero con botas de potro y zajones; Ortega y Gasset directamente de torero grana y oro. Serían esos fantasmas que se aparecieron en el balcón de la Casa de Correos en la Puerta del Sol la tarde de un 14 de abril sobre el fragor de una humeante multitud que habían depositado en la plaza los tranvías cargados de gente con el corazón inflamado. Aquel viento premonitorio de la libertad traía entre sus pliegues la voz de Conchita Piquer, que cantaba «La Trianera», compuesta por el maestro Quiroga.

En el baile también había prebostes con fajín en la barriga a quienes la revolución que se avecinaba los mandaría al sumidero de la historia. Eran espectros de la aristocracia reflejados en el espejo de sudor de otros carcamales de la oligarquía. En el dorado exilio de Menton acababa de morir Blasco Ibáñez, y la Piquer ya lo tenía llorado. Pudo haber sido su padrino en la presentación del teatro Principal de Valencia, como le había prometido, y luego se habrían paseado juntos en landó por la Alameda, pero la libertad no había llegado a tiempo de celebrar este sueño. Toda España era todavía un esperpento con un rey lechuguino, el tal Alfonso XIII, más propenso a matar faisanes en la Casa de Campo y a degustar películas porno servidas en bandeja a domicilio que a salvar a la patria del marasmo en que la había sumido la guerra de Marruecos.



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